Artículo de Luísa Abreu, Auditora APCER, Consultora en Economía Circular y Sostentabilidade, originalmente publicado en Eco Circular en Mayo 2020.
En el último par de meses, sufrimos un giro de 180° que afectó profundamente nuestras vidas personales y profesionales. Lo mismo ocurrió con las organizaciones, que, de un día para otro, se vieron impedidas de laborar normalmente y perdidas en un océano de dudas y nuevas obligaciones, que siguen creciendo y cambiando, a diario.
Algunas de ellas, usando la creatividad y los recursos de que disponían, se han transmutado más rápidamente que otras, lo que les permitió mantener la actividad y los puestos de trabajo. Es el caso, por ejemplo, del Grupo Antolín, fabricante de componentes de vehículos, que adaptó las líneas de producción y maquinaria de sus plantas, para fabricar batas, piezas para pantallas protectoras y mascarillas.
El teletrabajo, ha sido (y sigue siendo) también, un ancla para inúmeras empresas, evitando un “apagón” total. Sin embargo, no es posible practicarlo en todos los sectores de actividad económica, y aunque sea exequible usarlo en un determinado sector, habrá siempre puestos de trabajo o tareas específicas, que no se pueden desempeñarse en modo remoto. Ese es el caso de sectores esenciales, tales como: alimentario (desde la producción primaria hasta la industria transformadora); sanidad; farmacéutico; fuerzas de seguridad; logística & transporte de mercancías; comercio minorista de productos de primera necesidad; servicios urbanos de recogida de residuos y limpieza; limpieza y mantenimiento de edificios, entre otros.
En una segunda línea, tenemos otras actividades (que requieren también presencia física), que a pesar de no se consideraren igual de prioritarias, asumen un peso muy significativo en la economía, como es el caso del turismo y de toda su cadena de suministro (restaurantes, hoteles, agencias de viajes, compañías de aviación, etc.), la construcción y la industria de automoción.
La crisis COVID-19 está aportando cambios profundos e inúmeros retos a todas ellas, obligándolas a realizar una multitud de acciones, en un corto espacio de tiempo, como:
- “reinventar” productos/servicios y procesos;
- alterar layouts de las líneas de producción y puestos de trabajo;
- dotarse de nuevos medios de protección colectiva e individual;
- implantar nueva señalización de seguridad y de emergencia;
- adquirir nuevos equipos y maquinaria (e. nebulizadores de biocidas, generadores de ozono, etc);
- involucrar, sensibilizar y formar toda la plantilla y personal subcontratado, en los protocolos que exigen las autoridades sanitarias;
- revisar y adaptar sus sistemas de gestión, gestionando el cambio de modo a mantener su eficiencia y eficacia.
En este contexto, para implantar la “nueva normalidad” y sacar adelante nuestras empresas, será necesario sistematizar y documentar todas las nuevas directrices y acciones en planes de contingencia, protocolos y procedimientos de B.P.[1], hechos a medida de cada una de ellas, atendiendo a la escala y gravedad de los riesgos de contagio identificados.